Cómo enfrentamos el reto del COVID-19 en Antioquia, Colombia

Gaviria Correa

Antes de que el COVID-19 llegara al país y la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo declarara una pandemia, en Antioquia fortalecimos las capacidades necesarias para enfrentarlo. Al ver la experiencia de otros países, desde el principio tomamos en serio su amenaza. Nuestro gobierno departamental declaró la Emergencia Sanitaria y la Calamidad Pública para tener mejores herramientas y afrontar la situación; creamos una gerencia de primer nivel, pionera en Colombia, dirigida por un profesional de probada experiencia, larga trayectoria y sensibilidad social para coordinar un personal y una estructura con el mandato claro de proteger la vida. Tomamos decisiones políticas difíciles: los primeros aislamientos ordenados en Colombia y protocolos como el uso de tapabocas fueron implementados antes de que la OMS los recomendara. La pandemia nos demostró que necesitábamos estar unidos; por eso, invitamos a los ciudadanos a tomar distancia física y cambiar los hábitos, pero a mantenerse unidos. Nuestra premisa es que entre todos somos más poderosos que la enfermedad; cuidarnos a nosotros es cuidar a los demás. Entendimos rápidamente que la prioridad era garantizar la capacidad del sistema de salud y aumentar la cantidad de unidades de cuidados intensivos. Con el apoyo del gobierno nacional y el sector empresarial privado logramos pasar de 480 camas de cuidados intensivos a 1 474, un crecimiento del 308%, esfuerzo que requirió inversiones por US$ 26 millones del sector público y de US$ 10 millones del sector privado. Hubo muchas expresiones de solidaridad y avanzamos en procesos de unidad, pero no es suficiente. Aún tenemos deudas sociales, como el desequilibrio en la vacunación: aunque el 60% de la población mundial tiene al menos una dosis, solo el 10% de los habitantes de países de bajos ingresos ha recibido una vacuna. El llamado de atención de la pandemia es claro: el mundo tiene muchas brechas por cerrar. Entre lo que se ha ganado, la ciencia ocupa un lugar preponderante. Fuimos conscientes de su importancia en la vida cotidiana, y su dedicación a la búsqueda de la vacuna y los datos científicos nos ayudaron a solventar los momentos más complejos. Será preciso dedicar más recursos globales a ciencia e investigación, lo mismo que al desarrollo de tecnologías que permitan habitar el planeta de maneras más inteligentes y equilibradas. Las herramientas tecnológicas fueron fundamentales para suplir la distancia física: plataformas, emisoras de radio y televisión pública, entre otras, ayudaron como vehículos de información, educación, compañía, lugares de encuentro y movilización social. Pero si bien la ciencia y la tecnología hicieron aportes importantes, también dejaron ver riesgos en el manejo de los datos, amenazas a la privacidad y posibilidades de control social y manipulación. Hoy se impone el reto ético de garantizar la conectividad sin invadir las esferas privadas y con un manejo transparente de la información. Son muchos los retos, y la tecnología ha permitido paulatinamente cierto equilibro entre el desarrollo urbano y los territorios ubicados fuera de las ciudades. Hace más de cinco mil años, desde que empezó la gestación de aglomeraciones sociales en ciudades, se han producido los más importantes avances en todos los frentes, pero el desarrollo se ha concentrado en el proceso de urbanización que transformó aldeas ocupadas por decenas de personas en áreas metropolitanas con millones de habitantes. La pandemia y los desafíos del cambio climático son dos grandes fuerzas que ayudarán a equilibrar lo urbano con la periferia para moderar el frenesí de aglomeraciones.
Es pronto para hablar de una tendencia a la desurbanización pero, sin duda, por primera vez ha disminuido la velocidad de la urbanización, y esta seguirá disminuyendo. La pandemia nos ha dado una señal de alerta, un campanazo que tenemos que escuchar para corregir el rumbo, en dirección a la protección de la vida y en clave de equidad.

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Idioma del artículo
Español
Editorial