En algunas comunidades indígenas de Bolivia la introducción de la vacuna contra la COVID-19 fue recibida con una mezcla de rumores y desconfianza.
— Marzo 2023 —
Para responder a las dudas sobre la vacuna y aumentar su aceptación, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) implementó en las comunidades de Achacachi y Caranavi una iniciativa basada en el diálogo comunitario y las prácticas culturales locales, en coordinación con el Ministerio de Salud y Deportes, el Programa Nacional Ampliado de Inmunización y el Servicio Departamental de Salud de La Paz.
Era necesaria una colaboración a gran escala que incluyera la amplia red de centros de salud, alcaldes, líderes comunitarios y regimientos de la policía y el ejército. Con el apoyo de la OPS, estos grupos desarrollaron una estrategia basada en la inclusión, la música y el teatro denominada "VacunAcción".
La iniciativa,implementada con fondos del Gobierno de Canadá, incluyó desde talleres y reuniones con autoridades, hasta programas radiales, canciones folclóricas y obras de teatro callejero para explicar la seguridad de las vacunas y responder a las dudas más frecuentes.
Llegar a las comunidades de riesgo
En Achacachi, en la orilla oriental del lago Titicaca, la comunidad aymara (con unos 14.700 habitantes) interpretó la llegada de la vacuna contra la COVID-19 como "algo extraño, desconocido y un riesgo para su gente", según uno de las personas que participó en las actividades y que pidió reservar su nombre.
Los aymaras, que tienen una fuerte conexión con la naturaleza, y con los remedios herbales y espirituales, también vieron la COVID-19 como una manifestación del espíritu de Kari Kari, que creen escoge a sus víctimas para generar enfermedades.
Cerca de Caranavi, a 240 km de la capital, los obstáculos a la vacunación incluían el difícil acceso por carretera y la frecuente carencia de electricidad. Aquí viven 3.500 indígenas mosetenes en comunidades dispersas entre ríos y montañas en el corazón de la Amazonía. Para llegar a algunas de sus comunidades hay que viajar seis horas por tierra y luego otras seis horas en bote.
"En más de 25 años como trabajador de salud pública, nunca evidencié tantos obstáculos para vacunar a la gente", dijo el Dr. Ramiro Llanque, director ejecutivo del Consejo de Salud Rural Andino, socio local de la OPS en este esfuerzo de vacunación que se ejecutó entre agosto y noviembre de 2022.
Los rumores infundados y la falta de información verificada sobre la vacuna contra la COVID-19 amenazaban con echar por tierra años de progreso en la salud pública local.
"Sabía llevar a mi hija de dos años a sus vacunas, hasta que llegó el COVID", dijo Nelly Ramírez (nombre ficticio), una madre soltera de 26 años de Achacachi. A medida que se extendían los rumores, los padres como ella empezaron a preocuparse respecto al resto de las vacunas del esquema regular.
"Los padres pensaban que todas las vacunas eran contra el COVID, y no contra el sarampión, la poliomielitis y otras vacunas regulares", dijo Llanque. Para mayor complejidad, incluso algunos profesores comenzaron a aconsejar a los padres que no vacunaran a sus hijos.
La colaboración a gran escala dio resultados
Comprender todos los factores que subyacen a la indecisión ante la vacuna fue clave para aumentar las tasas de vacunación.
Este esfuerzo colaborativo incluyó la elaboración de una lista de aliados esenciales para ayudar a coordinar las campañas a nivel local, llegando a padres, escuelas, curanderos tradicionales, líderes comunitarios y autoridades municipales, entre otros.
En Achacachi, la movilización social incluyó "marchas por las vacunas" a las que asistieron cientos de personas y que se celebraron con la participación de influentes líderes comunitarios conocidos como los Ponchos Rojos, quienes fueron cruciales para comunicar la eficacia de las vacunas contra la COVID-19.
Al otro lado del país, entre las comunidades mosetén, los líderes locales conocidos como caciques también encabezaron movilizaciones en favor de las vacunas.
Las actividades de divulgación, en aymara y español, incluyeron representaciones con utilería creativa, como jeringuillas andantes, que fueron el objeto de muchas risas. Canciones típicas de la región andina conocidas como "tarqueadas", tocadas con una flauta de madera, instaban a hombres y mujeres a vacunarse, recordando con cada toque de tambor la seguridad de las vacunas y su cualidad de salvar vidas.
"Este tipo de actividades nos abrió el camino para que el personal de salud consiguiera que la comunidad aceptara las vacunas como algo positivo, y entonces pudimos ir a los hogares de la gente, vacunando casa por casa", dijo el Dr. Limbert Mamani, director del Hospital de Achacachi.
La doctora Gabriela Chispana, responsable del Centro de Salud de Achacachi, tuvo una opinión similar: "Hace pocos meses, las autoridades comunitarias eran las que principalmente desconfiaban de las vacunas y pedían a sus familias no vacunarse. Esta participación multitudinaria refleja la aceptación de las autoridades a las vacunas resultado del arduo trabajo para desmitificar las vacunas, y responder a las dudas y el temor de la población”.
Según las autoridades locales, la aceptación a las vacunas mejoró y las coberturas de vacunación en niños aumentaron del 66% al 92% en Achacachi y del 75% al 83% en Caranavi durante el periodo comprendido entre agosto y noviembre de 2022.
Comunicación intercultural
Utilizando la metodología de la OPS, reuniones interculturales conocidas como "diálogos de saberes" entre el personal de salud, líderes comunitarios, profesores, médicos indígenas y familias locales fueron vitales para establecer confianza y debatir abiertamente los temores, sin dejar de resaltar la importancia y los beneficios de la medicina ancestral.
El enlace con los medios de comunicación locales, incluidas diez emisoras de radio comunitarias, y la difusión de las guías de formación de la OPS sobre cómo abordar la COVID-19 también fueron clave para desmentir teorías conspirativas y preocupaciones infundadas.
Eliana Irusta, consultora de medios de comunicación del Consejo de Salud Rural Andino, comprendió la magnitud del reto cuando visitó las comunidades remotas de los mosetenes: "debido a la falta de electricidad en la zona, pocos hogares tienen televisión o Internet, por lo que el acceso a la información es de persona a persona".
La producción de varios microprogramas radiofónicos fue especialmente importante para transmitir la información a los hogares que sólo disponían de radios de pilas.
El Consejo de Salud Rural Andino calcula que la campaña completa llegó a una audiencia de aproximadamente 200.000 personas. Sobre todo, los resultados generaron un "compromiso colectivo" de las autoridades locales para acabar con la desinformación sobre las vacunas de COVID-19. Y en las zonas de más difícil acceso de Caranavi, la iniciativa tuvo otro efecto positivo: vacunar a unas 200 personas contra la difteria, la fiebre amarilla, el tétanos y la tos ferina.
"Que la OPS haya llegado es bueno, así pueden saber las necesidades de nuestra comunidad. Ha costado llegar, a través de arroyos que crecen en tiempo de lluvia", dijo Verónica Roca, dirigente indígena mosetén de Caranavi.
En Bolivia, desde que las vacunas contra la COVID-19 estuvieron disponibles en enero de 2021, el 53,1% de la población ha recibido el esquema completo de vacunación, con un total de 15.891.936 vacunas administradas entre una población de 12 millones de personas (incluyendo primera, segunda, tercera y cuarta dosis).
Las tasas de vacunación en el país aún no han alcanzado el objetivo establecido por la Organización Mundial de la Salud de proporcionar al menos dos dosis al 70% de la población.
"Lo que logramos a través de la comunicación y la inclusión fue único: la aceptación de la vacuna de COVID-19 y la reaceptación de la vacunación”, concluyó Llanque, el socio operativo de la OPS en el proyecto. "El personal de salud también logró fortalecer vínculos con las comunidades indígenas aymara y mosetén, una alianza que es fundamental y que tendrá efectos positivos duraderos a la hora de afrontar futuros retos de salud pública”.