Rueda de prensa semanal sobre COVID-19: Palabras de apertura de la Directora, 15 de septiembre de 2021

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La semana pasada se notificaron alrededor de 1,4 millones de nuevos casos de COVID-19 y 23.300 muertes conexas en la Región de las Américas.

En muchos países del mundo el número de casos se ha estancado o está disminuyendo, pero en la Región de las Américas se produjo un aumento de casi 20% la semana pasada. 

En América del Norte, el número de casos ha aumentado en un tercio debido a los brotes en Estados Unidos y Canadá. En la provincia de Alberta, en Canadá, el número de casos de COVID-19 se ha duplicado en la última semana y los hospitales enfrentan una escasez crítica de personal. En Estados Unidos, por primera vez desde enero, se están notificando más de 100.000 nuevos casos al día y la capacidad de los hospitales en muchos estados del sur sigue siendo preocupantemente baja.

El número de casos también está aumentando en Costa Rica, Guatemala y Belice, donde muchos hospitales están llenos de pacientes con COVID-19.

En el Caribe, en cambio, el aumento del número de casos se ha tornado más lento, con algunas excepciones importantes: Granada, Barbados y Bermudas han notificado aumentos pronunciados, y Jamaica notificó su mayor cifra semanal de casos desde que comenzó la pandemia.

En la mayoría de los países de América del Sur el número de casos de COVID-19 y de muertes conexas está disminuyendo de forma sostenida. 

Es alentador ver que más de 30% de la población de América Latina y el Caribe ha sido completamente vacunada contra la COVID-19. Pero todavía queda mucho trabajo por delante para hacer llegar las vacunas a todas aquellas personas que las necesitan, ya que el reparto de las dosis no ha sido equitativo.

Al hablar de la desigualdad en nuestra Región, debemos mencionar a un grupo cuyas necesidades no han recibido la atención que merecen. Hoy, quiero proporcionar información actualizada sobre la situación de nuestra población infantil y adolescente.

Hemos aprendido mucho sobre este virus en el último año y medio, incluido que niños y adolescentes pueden contraer y transmitir la COVID-19.

Los niños que contraen la COVID-19 suelen tener síntomas leves o ningún síntoma, pero la COVID-19 puede llegar a ser grave en estos grupos etarios.

Al igual que en el caso de las personas adultas, si los niños tienen afecciones subyacentes como diabetes, sobrepeso u obesidad, tienen mayor probabilidad de contraer el virus y de desarrollar síntomas graves que pueden requerir hospitalización. 

El riesgo de transmitir la COVID-19 aumenta con la edad: los niños más pequeños tienen menos probabilidad de transmitir el virus, pero los adolescentes mayores transmiten el virus con la misma frecuencia que las personas adultas.  

El año pasado, se notificaron más de 1,5 millones de casos de COVID-19 en la población infantil y adolescente de la Región. A estas alturas del año, el número de casos de COVID-19 en estos grupos alcanzado más de 1,9 millones. 

A medida que más personas adultas se vacunan contra la COVID-19, la población infantil, que aún no está siendo vacunada en la mayoría de los países, representa un porcentaje cada vez mayor de las hospitalizaciones e incluso de las muertes por COVID-19.

Así que seamos claros: la población infantil y joven también tiene un riesgo significativo de enfermar por la COVID-19.

Además, la pandemia está afectando a la salud infantil de otras maneras.

La población infantil de toda la Región se está perdiendo sus exámenes médicos anuales y no está recibiendo las vacunas habituales debido a las interrupciones generalizadas en los servicios de salud.

La mitad de la población joven ha sufrido mayor estrés o ansiedad durante la pandemia; sin embargo, los servicios y el apoyo de salud mental siguen fuera del alcance de muchos de ellos.

Los servicios de salud sexual y reproductiva también siguen interrumpidos en más de la mitad de los países de la Región, y esto está impulsando uno de los mayores aumentos en el número de embarazos adolescentes en más de una década.

Más allá del impacto directo en su salud, el virus tiene consecuencias indirectas que están obstaculizando su crecimiento y desarrollo, y que hacen peligrar sus oportunidades de futuro.

Las medidas de confinamiento y la perturbación económica han aumentado el riesgo de violencia doméstica y, para muchos niños y niñas, los hogares pueden no ser un lugar seguro.

La población infantil de nuestra Región han perdido más días de clase que la de cualquier otra región.

Y, a pesar de los esfuerzos para aprovechar las aulas virtuales, estas nunca podrán sustituir la escolarización en persona, ya que las escuelas son algo más que el lugar donde se recibe una educación: también son el lugar donde se socializa y se puede recibir apoyo de salud mental o una comida nutritiva.

La probabilidad de que los niños y las niñas abandonen la escuela y nunca regresen aumenta cada día que pasan sin escolarización en persona. En el caso de los más más vulnerables, sobre todo para las niñas, esto puede tener consecuencias a largo plazo. 

Los expertos coinciden en que la pandemia ha desencadenado la peor crisis educativa que ha enfrentado esta Región.

No se puede ignorar el amplio impacto que ha tenido la pandemia en la población infantil y adolescente.

Por eso debemos proteger a la población infantil al darles a ellos y a sus cuidadores el apoyo que necesitan para cumplir las medidas de salud pública que han demostrado ser efectivas contra este virus.

Aunque las vacunas contra la COVID-19 aún no han sido aprobadas para la población infantil en la mayoría de los países, se la puede proteger del virus mediante el distanciamiento físico, el lavado de manos frecuente, el uso de mascarilla en espacios públicos y evitando los lugares concurridos. Los niños y adolescentes deben hacerse una prueba diagnóstica si desarrollan síntomas o si sospechan que están enfermos, para evitar contagiar a otros.

Las personas adultas también tienen la responsabilidad de proteger a la población infantil cumpliendo estas medidas de salud pública y vacunándose cuando les corresponde.

Los países también deben hacer todo lo posible para reabrir las escuelas de manera segura. 

El riesgo nunca será nulo, por lo que las autoridades locales y nacionales deben decidir cuándo es el momento de abrir o cerrar las escuelas dependiendo de la situación epidemiológica local y de la capacidad de respuesta.

La OPS ha formulado orientaciones detalladas sobre las medidas necesarias para la reapertura de las escuelas, entre ellas la ventilación y saneamiento adecuados, y ha publicado recomendaciones sobre medidas para evitar que la población joven contraiga la COVID-19.

A medida que hay vacunas disponibles, se debería priorizar la vacunación de los docentes y el personal escolar, ya que las personas adultas tienen mayor probabilidad de introducir el virus en las aulas.

Es el momento de que los ministerios de salud, educación y protección social trabajen juntos y formulen políticas integrales que prioricen a la población infantil y a sus familias.

Algunos países como Chile, Uruguay y Colombia tienen programas exitosos que integran la educación, la salud y los servicios sociales para satisfacer todas las necesidades de padres e hijos, así como para mitigar el impacto de la pandemia sobre su futuro.

Por último, instamos a los países a incluir a padres, niños y adolescentes en la conversación.

Al comienzo de esta pandemia, el virus tuvo un impacto desproporcionado sobre las personas mayores. Como resultado, demasiados niños, adolescentes y jóvenes siguen creyendo que no están en riesgo, y tenemos que cambiar esa percepción.

Es importante que la población infantil y adolescente comprendan su riesgo de enfermar, así como el papel que desempeñan a la hora de prevenir la propagación de la COVID-19.

Los países deben crear campañas de comunicación dirigidas específicamente a la población infantil y adolescente, centradas en sus necesidades y en los recursos que tienen a su disposición, que tomen en cuenta sus preocupaciones y las necesidades de sus padres, con un lenguaje que entiendan y a través de plataformas que les gustan y con las que se sienten identificados, como la televisión y las redes sociales.

La población infantil y adolescente de nuestra Región corre el riesgo de convertirse en la generación que perdió las oportunidades sociales, de salud y de educación que necesitaban para alcanzar su máximo potencial.

Pero no es demasiado tarde para corregir esta situación. Los países deben actuar con urgencia para restaurar los servicios sociales, de salud y de educación, y así reducir al mínimo el impacto de esta pandemia, para que ningún niño, niña o adolescente se quede atrás, porque su futuro y el nuestro van de la mano.