La campaña de vacunación contra la COVID-19 supera las diferencias culturales y aumenta la aceptación de las vacunas

vacunacion  rural COVID-19 Bolivia

Chapare, Tipnis, Bolivia, 14 de diciembre de 2022 (OPS)- El miedo a la vacuna contra la COVID-19 se instaló en los pueblos indígenas Yuqui, Yuracaré y Moxeño, que viven en los bosques tropicales del departamento de Cochabamba, en el centro de Bolivia. La Organización Panamericana de la Salud (OPS), con el apoyo del Gobierno de Canadá, ha cooperado con las autoridades locales para comprender las percepciones de las comunidades indígenas sobre las vacunas y llevar esta protección a los poblados más remotos. 
  
Villa Tunari, en el departamento de Cochabamba, es una localidad ubicada a 160 kilómetros al noreste de la capital de esa zona del país, sobre la carretera que conduce a Santa Cruz de la Sierra (este de Bolivia). Al estar situada en la Provincia del Chapare, en pleno bosque tropical, su clima es lluvioso y cálido, con temperaturas superiores a los 35° en el verano.  

La Provincia del Chapare es una de las 16 provincias que forman el departamento de Cochabamba en Bolivia. Su geografía incluye serranías y una variedad de ríos que para los turistas resultan ser grandes atractivos, pero que para los brigadistas de salud fueron toda una complicación cuando se iniciaron los esfuerzos para distribuir rápidamente las vacunas contra la COVID-19. 

En marzo de 2021, el avance de la pandemia en todo el mundo parecía difícil de contener. El miedo al contagio, la desinformación y la esperanza de la vacuna convivieron en todos los rincones del planeta. Las comunidades indígenas del chapare cochabambino no estuvieron al margen de la situación y, a pesar de estar en zonas apartadas de los centros urbanos, vivieron el avance del virus entre el escepticismo y el temor.

Gracias al trabajo y al esfuerzo logístico que llevó adelante el personal de salud local, las vacunas también llegaron a las comunidades indígenas, y con ellas la esperanza de una nueva etapa.

La Red Indígena de Salud XIV comprende 17 establecimientos de salud del área indígena de Villa Tunari, Chimoré y Puerto Villarroel, y tiene como objetivo gestionar medicamentos y atención médica en 67 comunidades indígenas. Su labor permitió contener el virus e inmunizar a las comunidades de origen yuracaré, moxeño y yuqui, entre otras.

Keila Ávila, médica responsable de la coordinación de la Red Indígena de Salud XIV, y el equipo con el que trabaja en Villa Tunari, superaron infinidad de obstáculos para llegar con las vacunas a los lugares más inaccesibles del país. Ávila es médica en Salud Familiar Comunitaria Intercultural (SAFCI) y su rol fue clave en las jornadas previas a la vacunación y durante el proceso.  

La Red Indígena de Salud contó con el apoyo y la cooperación técnica de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) para capacitar al personal de los centros de atención primaria y de los centros médicos de las comunidades. Asimismo, se realizaron talleres informativos con el objetivo de combatir el miedo a la inmunización y sensibilizar a las autoridades indígenas. En estos encuentros, se compartieron videos en los idiomas nativos de la zona (yuracaré, moxeño-trinitario y yuqui) y folletería.

Como parte de esta estrategia, entre junio y noviembre de 2022 la OPS lideró una investigación de campo para indagar sobre los conocimientos, actitudes y prácticas de las comunidades indígenas respecto a la vacunación contra la COVID-19.

La investigación se desarrolló en 12 comunidades indígenas de los pueblos Yuqui, Yuracaré y Moxeñas del trópico de Cochabamba y en 12 comunidades indígenas guaraní del Chaco boliviano. “El proceso de investigación incorporó facilitadores indígenas para establecer un acercamiento respetuoso y una relación de confianza con la comunidad”, explicó Ely Linares, coordinadora de la investigación.

El estudio ayudará a definir nuevas estrategias de comunicación que mejoren la cobertura de vacunación en esta zona y disminuyan el riesgo de enfermedad de la población indígena.

Abrir las puertas a la vacunación

La logística para llegar con las vacunas a las diversas comunidades fue toda una peripecia. Y a las complicadas condiciones de acceso geográfico se sumó el rechazo inicial de muchos habitantes. Para acceder a algunos poblados se tiene que caminar entre un día y dos, cuesta arriba. Por eso para llegar a las zonas más remotas tuvieron que trasladar las vacunas en helicóptero. “Había lugares donde quisimos entrar y nos decían que no porque tenían miedo”, cuenta Ávila y agrega: “Hacíamos brigadas de alto costo y se vacunaban solo entre 5 y 10 personas cuando deberíamos haber vacunado 200, 300 personas”.  

“Llegar a comunidades con los termos, que aseguraban que las vacunas mantuvieran la cadena de frío, fue muy difícil. Varias veces hemos tenido que hacerlo navegando por ríos y los refrigeradores llegaban abollados”, relata Ávila y asegura que aún tienen problemas para abastecer con vacunas a varios lugares.   

En San Miguelito del Isiboro, una comunidad ubicada a 48 kilómetros de Villa Tunari, recibieron con entusiasmo la primera dosis de la vacuna, aunque no faltaron ciertos temores. Allí, el río Isiboro hizo de escudo natural al pueblo de personas dedicadas a la pesca y a la agricultura. Así mismo se refugiaron en los conocimientos ancestrales a través del uso de la medicina tradicional. Según sus autoridades, no tuvieron contagios graves y los más afectados fueron los ancianos.

De acuerdo a la asesora internacional de Inmunización de la OPS/OMS, Yenny Neira “la inmunización es un proceso complejo, que requiere tiempo y esfuerzos por parte del personal de salud y también de los habitantes de las distintas localidades. Es por este motivo, que los talleres y las campañas informativas sobre los impactos positivos de la vacunación en la salud de la población son esenciales en esta zona”.

Aida Cira vive en San Miguelito, es viuda de la única persona que falleció de COVID-19 en la comunidad. La mujer, dedicada a la costura y al cultivo de maíz, confía en la vacuna y hasta piensa que, de haberla tenido, su marido no hubiese fallecido.  

Cira fue vacunada en Trinidad, capital del Departamento del Beni, y ahora espera el tiempo estipulado para recibir su tercer refuerzo. “Hay que confiar. Con la vacuna también podemos evitar la enfermedad o que sea más leve. A mí no me ha importado lo malo que me han dicho algunas personas, ¡me he hecho vacunar!”, expresa.

Trabajar en conjunto

Bia Recuaté es una comunidad que está ubicada, al igual que Villa Tunari y San Miguelito del Isiboro, en el departamento de Cochabamba. Allí, desde hace 57 años, vive la comunidad Yuqui. Originariamente esta era una tribu nómada de los bosques amazónicos de Bolivia. Ahora, asentada en la provincia Carrasco, a 260 km de la ciudad de Cochabamba, se le considera altamente vulnerable y en peligro de extinción por las invasiones a sus tierras y los fallecimientos a raíz de la tuberculosis.   

Dentro de la comunidad varios de sus habitantes contrajeron el virus. José Isategua fue la primera persona en tener los síntomas de la enfermedad. “Mi moral estuvo por el suelo. Cuando supe que mucha gente había muerto de COVID, yo dije: ‘no hay esperanza de que viva’”. Pero con medicamentos y plantas medicinales, este enfermero y agricultor superó los síntomas causados por el virus, y apenas se curó no dudó en inmunizarse. Actualmente tiene tres dosis de la vacuna.

Con el esquema completo de vacunas también está Dina Ye, la cocinera del colegio e internado de Bia Recuaté. Ella y su esposo las recibieron y, al no tener ninguna reacción adversa, vacunaron a sus dos hijos mayores, uno de 14 y otro de 12 años.

La diputada Faviola Guaguasú, elegida por su pueblo para representarlos en el Parlamento de Bolivia, aún lamenta la llegada del virus a la comunidad y los múltiples contagios. Asegura que a septiembre de 2022 más del 80% de los pobladores recibieron la vacuna. A pesar de que ella no ha tenido la enfermedad, ahora se siente protegida al tener su carné de vacunación completo.

Este cambio en las percepciones sobre la vacunación se debió al trabajo continúo entre el equipo de salud y las autoridades indígenas de cada una de las comunidades. “Si la autoridad no está convencida, nadie nos hace caso. Por eso han sido clave, especialmente aquellos que estaban en contra y después se han alineado a la vacunación”, subrayó la doctora Keila Ávila.

Por eso, determinar los conocimientos, actitudes y prácticas de la población indígena del Chaco y el trópico de Cochabamba, que influyen en el acceso y la aceptación de las vacunas, es de vital importancia para mejorar la cobertura de vacunación en los diferentes pueblos indígenas que viven en la región.