El miedo a un nuevo contagio, sin embargo, no lo abandona. “Siempre tienes ese temor por el contacto con otras personas, pero solo queda cuidarse”, reflexiona. Su única protección es una mascarilla, un poco de alcohol y su fe en que todo estará bien. Pero el virus sigue siendo un riesgo permanente: las campañas de control realizadas por el Ministerio de Salud y algunos municipios limeños mostraron que entre el 30 y 40% de los repartidores examinados estaban infectados.
Debido a su condición de ciudadano extranjero, Erik no cuenta con el Seguro Integral de Salud (SIS). En teoría, el Permiso Temporal de Permanencia le permite acceder a derechos básicos, pero no ha logrado concretar las gestiones. Esto lo ubica en el 91,5% de migrantes venezolanos que no tiene seguro sanitario. Para los venezolanos con estatus irregular, el panorama es todavía menos alentador. Un estudio de Center for Global Development y Refugees International advierte que están excluidos del sistema de salud. Incluso aquellos con su situación regularizada pueden tener problemas de acceso a atención primaria debido “al miedo por amenazas de las autoridades y una falta de conciencia entre el staff hospitalario”, señala el informe.
“Me gustaría sacar el SIS”, dice Erik, alerta por la segunda ola de contagios. Si antes creía que los jóvenes no corrían riesgos con la Covid-19, ahora ya no está tan seguro. Aunque la pandemia y los desafíos laborales se imponen, sabe que el escenario podría ser peor. “Por lo menos tengo trabajo”, comenta dándose ánimo. Y no exagera: según la Defensoría del Pueblo, el 89% de venezolanos residentes perdieron su empleo como resultado directo de la pandemia. La caída de 12% del crecimiento económico del Perú durante el 2020 terminó pegándole más duro a las poblaciones más vulnerables.
“Si la pandemia no te afecta por el lado de la salud, te afecta en lo económico y en la parte psicológica”, sentencia Erik. A bordo de su moto, prefiere concentrarse en el siguiente pedido. No quiere pensar en la economía ni en la informalidad. Sortea una avenida, dobla en una calle y se detiene para entregar una pizza todavía caliente. Pese a todo, se siente afortunado. Tiene trabajo, a su familia unida y sobrevivió al coronavirus. Quizá algún día pueda cumplir su sueño de volver a Tucaní.