J uana Victorina Arriaga Bautista, coordinadora de la Oficina Municipal de la Mujer en Yamaranguila, lidera proyectos sobre prevención de la violencia, promoción de la salud, educación, participación política y fomento del emprendimiento, brindando apoyo directo a mujeres de su comunidad.
Esta es la segunda de tres historias de mujeres hondureñas que representan el poder transformador del liderazgo femenino en sus territorios. Su trabajo no solo fortalece la implementación de políticas públicas saludables, sino que también inspira a otras mujeres a participar y liderar, contribuyendo a una gobernanza más equitativa. Las alcaldesas de hoy son ejemplos para las futuras generaciones.
Este proyecto cuenta con fondos del gobierno de Canadá y está alineado con el enfoque del Movimiento de El Movimiento de Municipios, Ciudades y Comunidades Saludables (MCCS) de las Américas, una plataforma regional promovida por la OPS y liderada por alcaldes y alcaldesas para impulsar la gobernanza local para la salud y el bienestar con un enfoque participativo e intersectorial.
Uno de los valores centrales que guía el Movimiento es la equidad. La igualdad de género es otro principio clave y el tema central de la Comisión Temática de Alcaldesas, conformada en 2024 para dar visibilidad y fortalecer el liderazgo de las mujeres en espacios de toma de decisiones.
Yamaranguila, Intibucá, enero 2025
En las montañas de Yamaranguila, donde el aire frío acaricia los pinares, Juana Victorina Arriaga Bautista, trabaja incansablemente. La coordinadora de la Oficina Municipal de la Mujer (OMM) es más que una funcionaria, es una guía, una hermana mayor y, a menudo, la última esperanza de muchas mujeres. Con apenas un año en el cargo, ha aprendido que su labor no se mide en cifras, sino en vidas restauradas.
Juana recibe a cada mujer con una mirada firme y una sonrisa suave; su oficina es más un refugio que un espacio burocrático. No hay lujos, solo la calidez de quien sabe escuchar. “Un día llegó una señora con lágrimas contenidas, pidiéndome ayuda. Su esposo no solo la maltrataba a ella, sino también a sus hijas. No podía ir a otro lugar; no tenía dinero ni fuerzas”, recuerda Juana, con su voz teñida de dolor y resolución. En ese momento, decidió que no solo sería una gestora, sino un muro contra el que se estrella la violencia. Invitó al esposo, a la mujer y a sus hijos. Sin levantar la voz, les habló de respeto y consecuencias, pero sobre todo de amor.
Unas semanas después, la hija de esa mujer llamó a Juana: “Profe, gracias. Hoy estamos viviendo en paz”. Esa llamada fue un bálsamo en la lucha diaria. “Esa es la mayor recompensa”, confiesa, con los ojos brillantes.
La vida en Yamaranguila no es fácil. Las mujeres deben caminar horas para llegar a una reunión o buscar ayuda. Juana lo sabe y ha aprendido a ir donde estén ellas. “A veces, piden que traiga mujeres para capacitaciones, pero yo les digo: ‘¿Por qué no vamos nosotros?’ Ellas ya caminan demasiado”, relata. Esta filosofía de empatía, la ha convertido en una líder y en una de ellas.
Los retos son enormes: la violencia, la falta de recursos, la burocracia que ahoga. Pero Juana, maestra de profesión y alumna al mismo tiempo de las vivencias de las mujeres del municipio, ha entendido que su labor no es solucionar todo, sino hacer que cada mujer sienta que su voz importa. “La justicia a veces es lenta, pero seguimos insistiendo porque la justicia también muerde al descalzo, pero no dejamos que los devore”, dice con una sonrisa amarga, sabiendo que su batalla es constante.
El trabajo de la Oficina Municipal de la Mujer no sería posible sin el apoyo de organismos como la Organización Panamericana de la Salud (OPS/OMS), que colabora en los seis ejes estratégicos que guían su labor: violencia, salud, economía, educación, política y emprendimiento. La OPS/OMS ha contribuido a fortalecer las capacidades locales, especialmente en temas de salud y seguridad alimentaria, proporcionando herramientas para que las mujeres organizadas se conviertan en protagonistas de su propio desarrollo. Este respaldo permite que, en medio de la escasez, la esperanza eche raíces en cada comunidad visitada.
El trabajo de Juana no tiene horario. Las llamadas de auxilio llegan en fines de semana, en noches frías y madrugadas solitarias. “No importa la hora, si una mujer me necesita, estaré ahí”, afirma. Y lo hace sin esperar más recompensa que el alivio en las voces de aquellas a quienes ha ayudado.
Le preguntaron qué le gustaría que recordaran de su paso por la OMM. Ella, sencilla y honesta, respondió: “Por apoyar a la mujer, por mi trabajo honesto y desinteresado”. Y así será, porque Juana no solo coordina una oficina; ella es la chispa que mantiene viva la esperanza, donde las mujeres sienten que no están solas y que siempre habrá alguien que las escuche y luche por ellas.
En Yamaranguila, el viento frío seguirá acariciando los pinares, pero gracias a Juana, también llevará consigo el eco de risas y suspiros de alivio. La lucha continúa, pero en cada mujer que se levanta, también se levanta Juana entre las montañas y la esperanza.