Modesto Parra, médico cubano residente en Uruguay, solía ser quien cuidaba de los demás. Pero en 2021, su vida cambió drásticamente, Mientras trabajaba en una residencia de adultos mayores, contrajo COVID 19. La enfermedad avanzó rápidamente y terminó en la Unidad de Cuidados Intensivos, donde fue conectado a un respirador. Allí, su situación se agravó aún más al desarrollar una infección causada por bacterias resistentes a los antibióticos convencionales. “Estuve grave de muerte. Sentía que mi cuerpo no respondía”, recuerda. “Nunca pensé que algo así me pasaría a mí, un médico.”
Gracias a la atención recibida y a un tratamiento con medicamentos de última generación, Modesto comenzó a recuperarse poco a poco. “Pensaba que podía levantarme y correr, pero no podía mover ni las manos”, cuenta. Con la ayuda de fisioterapeutas, volvió a caminar y recuperar fuerzas. Hoy, a sus 56 años, agradece profundamente al equipo de salud por su dedicación, respeto y acompañamiento.
Su historia muestra que la resistencia a los antimicrobianos puede afectar a cualquiera. Cada año, miles de personas en hospitales de las Américas enfrentan infecciones que los antibióticos comunes ya no pueden curar. Es una batalla silenciosa que pone en riesgo los logros de la medicina moderna. En 2023, en las Américas una de cada siete infecciones es resistente a los antibióticos. Entre 2018 y 2023, la resistencia a los antibióticos aumentó mundialmente en más del 40 % de los antibióticos monitoreados, con un incremento anual medio de entre el 5 % y el 15 %.
“Yo también fui paciente”, dice Modesto con serenidad. “Hoy sé que el uso responsable de los antimicrobianos salva vidas. Todos tenemos un papel en esta lucha.”
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